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EL ESPACIO DE ALBERTO BORRINI

Colonnese: Uno de los últimos grandes de la publicidad

El columnista de adlatina.com homenajea a Juan Carlos Colonnese, a quien cita como “uno de los grandes de una era de grandes de verdad”, que falleció junto con su esposa, Anita, en circunstancias aún no esclarecidas pero que se sospechan trágicas.

Colonnese: Uno de los últimos grandes de la publicidad
Borrini: “Prefiero quedarme con la imagen de un Colonnese ‘recargado’, todavía joven y fuerte, en mi retina”.

En una época en que los formidables adelantos tecnológicos imponen el intercambio de mensajes muy cortos y, para colmo, abreviados hasta constituir un segundo lenguaje, la desaparición de un publicitario o un periodista, cada uno en su tinta, nos priva de acceder a mensajes más adultos y creativos. Esta promesa fallida deja un hueco existencial en nuestras relaciones. Sobre todo cuando el que partió es recordado no solo como un buen profesional, sino además como una buena persona, mérito que hace aún más penoso su legado. Es el caso de Juan Carlos Colonnese, uno de los grandes de una era de grandes de verdad, desaparecido junto con su esposa, Anita, en circunstancias aún no esclarecidas pero que se sospechan trágicas.

Muchas veces lamenté, y lo dije, la actitud de quienes parecen escribir sobre terceros como excusa para referirse a sí mismos. Una conducta autorreferencial que, en el caso extremo de un deceso, resulta poco edificante. Pero Juan Carlos vivió una vida tan intensa y abierta que hizo que muchos de sus amigos la compartiéramos. Creo que es fácil perdonarme que, por una vez, despida a Colonnese y a Anita, en nombre de la comunidad Golden Brain, y de sus organizadores, interfiriendo personalmente en el relato. Siento que me tocó compartir momentos decisivos de su vida y su carrera y él, a su modo, de la mía.

Una vez me topé con él en una calle Florida anochecida y casi desierta, en vísperas de un fin de año; Juan Carlos casi me llevó por delante, ensimismado como estaba en sus pensamientos. Me contó que le habían ofrecido hacerse cargo de Castignani y Burd, agencia donde trabajaba y que estaba a punto de cerrar. Contaba con el apoyo de los anunciantes, pero lo abrumaba la responsabilidad. Hablamos y lo animé recordándole lo que era, que por lo general no se creía. Nunca se olvidó del episodio. Yo tampoco.

Un tiempo después, ya como dueño de la agencia, me confesó que tenía una oferta muy tentadora de venta. El momento era difícil y el precio, bueno. Pero era como desprenderse de la parte más importante de su vida personal y profesional. Fue un gran monólogo suyo, preguntas y respuestas incluidas. Casi no hablé; hice de frontón para un peloteo que siempre creí que ya estaba definido.

Juan Carlos fue uno de los seis o siete publicitarios más importantes de su época; no alardeaba de creativo, aunque lo era y de los buenos, al punto de ser uno de los fundadores de un Círculo de Creativos que hoy es merecidamente famoso dentro y fuera del país, además de haber ganado varios premios internacionales importantes. Tenía un gusto exquisito, y se consideraba un buen director de arte, tan preocupado por la estética y la efectividad de la publicidad como por las responsabilidades sociales que entraña su práctica. Pasó por duros trances profesionales y personales, acosado por una diabetes que lo persiguió encarnizadamente hasta el final.

Lo sobrevive el ejemplo de su amor por una profesión a la que se enorgullecía de pertenecer, y de una rara bondad que sobresale en su legado. No lo olvidaré aún queriendo, porque queda en mi oficina un hermoso y enorme poster de uno de sus ídolos, Savignac (junto con otro gran maestro, Mauzán, para el que organizó a pulmón una importante muestra), que instaló él mismo a fuerza de martillo y después de medir el espacio como el mejor de los decoradores. Fue la mejor síntesis de su generosidad y de su vocación profesional. Subirse a un mueble para colgar un poster tan pesado fue un gesto que lo puso al trasluz. Prefiero quedarme con esta imagen de un Colonnese “recargado”, todavía joven y fuerte, en mi retina. Me gusta pensar que es una de las que elegiría Juan Carlos para verse, y vernos, desde allá arriba.

 

 

Alberto Borrini

Por Alberto Borrini

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