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EL ESPACIO DE ALBERTO BORRINI

Política: ¿Asesores o libretistas?

El columnista de Adlatina reflexiona sobre el uso de las frases en la política, que hoy en día se fusiona con el espectáculo y el entretenimiento. Me pregunto si los políticos no necesitan tanto a los asesores como a buenos libretistas, gente ducha que los ayude a manejar las palabras y los silencios”, interroga.

Política: ¿Asesores o libretistas?
Borrini: “Una frase puede ser más que mil palabras, pero también disimular una mentira tras la máscara del ingenio o del cinismo”.

Pese a todos los adelantos tecnológicos que se atribuyen la brújula de nuestras vidas, muchas veces con razón, no son los pulsos digitales, ni los chips, ni ningún otro medio capaz de hacer milagros sino las palabras, las viejas y eternas palabras las que gobiernan nuestras relaciones con el planeta, el mundo, el país, el barrio, el hogar y hasta el consorcio.
Por eso importa tanto que las usemos correctamente, cuidemos su acepción habitual y evitemos reducirlas, por comodidad, a pequeñas grajeas que bajo la forma de frases, sentencias, proverbios y refranes que, ahora más que nunca, intercambian entre sí desde las marcas comerciales hasta los políticos en esta época en que se habla poco y se escucha menos.
No sé cuántos lo habrán advertido, pero a menudo las frases se imponen a las imágenes hasta en la televisión, el medio más visual desde que existe. Siento desde joven una gran curiosidad de aficionado por la evolución o involución del lenguaje; me parece paradójico que cada edición del diccionario de la RAE traiga nuevos términos y encima con más acepciones, cuando por otro lado resulta evidente el achicamiento del habla popular y la aplicación de comodines, algunos vulgares, otros ambiguos, que por momentos alientan a pensar que vamos a terminar comunicándonos mejor por señas, como nuestros antepasados los trogloditas.
En realidad hay que reconocer que frases, bajo algunas de sus tantas formas hubo siempre. Incluso de apelación mágica como el “Sésamo ábrete” que franqueaba el acceso a la mítica cueva de Alí Babá. Llave en completo desuso, porque hoy los ladrones ni siquiera necesitan ocultarse para gozar de seguridad e impunidad, sino que asoman desafiantes a la vista de todos en los medios y espacios con mayor rating.
Otros tiempos, otros ritos. Y otras frases. Desde la que sirve para parar en seco al conocido que encontramos por azar, “¿Todo bien?”, antes que nos someta a sus pesares, hasta las mentirosas muletillas que usan los políticos opositores y oficialistas, para salir rápido del diálogo del que tanto se habla y tan poco se consigue en realidad.
Por momentos me parecen tan inevitables y serviciales las frases que me pregunto si los políticos, en especial, no necesitan tanto a los asesores como a buenos libretistas. Gente ducha que los ayude a manejar las palabras y los silencios. Porque nos guste o no, vemos cotidianamente cómo una frase puede ser más que mil palabras, pero también disimular una mentira tras la máscara del ingenio o del cinismo. Cristina Kirchner respondió en las redes a las denuncias que se acumulan en su contra con un exabrupto: “Ahora sólo falta que me imputen también el asesinato de Kennedy”. La experiencia me dicta que si nos reímos el efecto cambia y el mentiroso gana.
Hay pruebas de que los relatos, tanto comerciales como políticos, afloran en la ficción. Es el lugar donde hay que buscar ideas nuevas, innovadoras. Ya no en las películas, porque es un hecho que Hollywood se repite y se sustenta en nuevas versiones de cintas de éxito. La originalidad, la inventiva, ha pasado a las series, donde los guionistas logran mejores y más rápidas retribuciones, lo que redunda en la calidad del producto.
Las series son una pródiga fuente de inspiración para la manipulación política en una era, decía mi conocido Tony Schwartz, en que “ya no se envasa a los candidatos sino a los votantes”. Y donde la opacidad de los recursos reina sin oposición alguna. House of Cards es acaso el mejor ejemplo de cómo con oportunismos, buenas relaciones, y sobre todo mintiendo y engañando sin asco se puede llegar al máximo cargo. No se puede verla sin aumentar el escepticismo acerca de los políticos.
Pero hay otras; sigo por cable la francesa Hombres en la sombra, que retrata magistralmente la doble moral de los políticos y de los que actúan a su sombra, los asesores, hombres de marketing y hasta periodistas sin escrúpulos.
Desde que en 1964 el primer comercial agresivo fue lanzado como un misil por el candidato demócrata Lyndon Johnson contra el republicano Barry Goldwater, sacándolo del ring con un sola emisión en horario central, las campañas comenzaron a preocuparse más por destruir al rival que por argumentar en favor del propio candidato. Sí, admito, es más divertido e impactante. Pero ya tenemos a la vista el resultado. Quizá llegó la hora de empezar de nuevo y devolver a la política lo que perdió con su rendición al espectáculo y el entretenimiento.

Alberto Borrini

Por Alberto Borrini

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